viernes, 12 de abril de 2013

experiencia humanizadora


josé maría oliva
Una nueva experiencia, otras jornadas de trabajo largas e intensas. Agenda apresurada, sin descansos, sin respiro. Jornadas de ponencias, talleres, visitas... En un ir y venir entre los salones y aulas, por pasillos y escaleras que se nos tornan ya familiares, como en casa. Espacios de aprendizaje y de compartir. Con preguntas y respuestas. Todas y todas ávidos de conocimiento, porque a eso hemos venido a saber sobre cómo se cuida al mayor con más humanidad de la que percibimos en nuestros entornos: unos de trabajo, otros de casa. La gran mayoría conscientes de que, probablemente, nosotros llegaremos a la última etapa de la vida necesitados de cuidados, de ahí que buscamos mejorar lo que hay por nuestro propio bien.

Que importante es ¿verdad? que nuestros mayores sean cuidados con amor y respeto. Porque ellos son la sabiduría, nuestra memoria, también, quienes conocen nuestra biografía, sin ellos no sabemos contar quienes somos.

Estos días, entrelazados con otros y otras, unos de Chile, otras de Murcia y de Madrid y de Brasil, lusas, como Mariana, y argentinos, por los pasillos, en el comedor. Mezclados con profesores, que lo son pero que a la vez ejercen su profesión, que no es otra ni más hermosa que cuidar. Y, como espectadores de todo ello, los protagonistas, los mayores. Ajenos al bullicio y accidentadas víctimas colaterales de unas jornadas celebradas en esta la que es ahora su casa: la Residencia San Camilo. 

Especial el recuerdo y mi sincero agradecimiento a dos mujeres y hombre compañeras ellas, compañero él, que me han hecho sentir acompañado en la soledad del tumulto que es estar rodeado de un ciento de desconocidos y, protegido del anonimato que supone pertenecer a ese tumulto de forasteros, cada uno de su padre y de su madre, que nos gusta decir por aquí.

Jorge, hombre callado y prudente. Que quiere compartir lo que lleva dentro, lo vivido y sufrido, también, lo ganado. Seria, la máscara que cubre su rostro, sin embargo, que a mí se me antoja bromista y jocoso, de seguro en la intimidad, pero que la vida le ha llevado a mostrarse así. Bueno, no lo sé, es una apreciación personal. Me cae bien, haría un voluntariado junto a él.

Alejandra, madre abnegada, buscadora de futuro, curtida por la vida, en movimiento constante y las maletas sin deshacer. Porque su vida es condensa, tan condensa que no hay perchas y es por eso que todo lo suyo está en maletas, salvo sus hijos que vuelan lejos, en el nido, aquel que del que ella voló para perseguir  la fortuna allende los mares. “La google”, nos dice, con risa vergonzosa, como la llaman sus hijos porque de ahí sacaba información para casi todo. Nosotros le hemos llamado "la Paco" y ella sabe porque. -Cómo nos reímos-

Carmen, señora, mujer elegante, docta en el trato exquicito, dulce tono de voz que no quieres dejar de escuchar cuan cantos de sirena en los oídos del hombre de mar. De conversación placentera, con las palabras apropiadas, se me revela ilustrada, mujer leída, documentada. De seguro mujer de los pies a la cabeza, con todo lo que conlleva. A la que le pido que me cuente un cuento y se lanza a narrar sin pudor sabedora de su capacidad y beneficio.

¿Casualidades de la vida? -No lo sé Carmen. Pero anónimos sí que son. De la vida que nos habla a través de las otras personas que se cruzan en nuestro camino y que como trenes pasan de largo si no te pones a la tarea de saberlas, de escucharlas, y es entonces cuando te das cuentas que ellas. De lo que confluyen nuestras vidas. De lo semejante que somos. De la valiosa compañía que son el otro y la otra. Lo que nos aportamos y alimentamos.

En fin, de eso se trata, de conocer y compartir, de aprender a vivir juntos. De reconocer almas gemelas. De amar y ser amados.

Soy vecino de este mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estás aquí
coincidencias tan extrañas de la vida
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir.
Si navego con la mente en los espacios
o si quiero a mis ancestros retornar
agobiado me detengo y no imagino
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir.
Si en la noche me entretengo en las estrellas
y capturo la que empieza a florecer
la sostengo entre las manos más me alarma
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir.
Si la vida se sostiene por instantes
y un instante es el momentos de existir
si tu vida es otro instante… no comprendo
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir.

viernes, 5 de abril de 2013

de padres a hijos adultos


Cuando queremos transmitir saberes y experiencias a los hijos e hijas adultos y estos no son receptivos, es posible que sintamos impotencia y enfado o que pensemos que no encontramos palabras para expresarnos y ser entendidos. Pero si volvemos la vista atrás, a cuando éramos nosotros los destinatarios de la sabiduría, observamos cómo nuestras actitudes eran las mismas, cuando menos similares.

Sí te ves reflejado/a, comprenderás de la incapacidad e infecundidad de palabras, que aún dichas con paternidad/maternidad responsable, no llegan.

No obstante, no es cuestión de buscar palabras rebuscadas y mejor dichas, sino más bien expresarnos con amor; no pretendiendo corregir sino alumbrar y educar sobre maneras posibles de hacer, de vivir.

Ser padres no es algo que podemos aprender después de haberlos sido y errar en el intento. Ser padres y madres es un saber que se experimenta en nuestra niñez, cuando somos hijos e hijas. Son conocimientos empíricos que recibimos día a día sin ser conscientes. Educamos, en la mayoría de los casos, como hemos sido educados, o en el adverso, sí fuimos educados con error y nos decimos “yo nunca haré con mis hijos lo que mis, padre/madre, padres hicieron conmigo”.

Una cosa que hay que dejar ir es la imagen idealizada de cómo deberían ser nuestros hijos e hijas, aun cuando ciertamente necesitemos que sean distintos de como son. Esto nos llevará a abandonar las expectativas que nos conducen a exigirles lo que no nos pueden dar.

A veces el enojo con nuestros hijos pasa por creer que deberían saber mejor lo que hacen, y sin embargo, es posible que no lo sepan. Es posible que todavía estén construyéndose como personas adultas e identificándose con ellos mismos. Y, es posible que, tengamos dificultad en darles lo que les solemos pedir: un reconocimiento, una valoración y un verdadero respeto.

El trabajo de cuidarnos y nutrirnos es una transferencia que nos viene de nuestros padres. No obstante, depende de nosotros mismos continuar con la vida eligiendo las cosas que nos nutran y apoyen. Buscándolas en otras personas o en nuestro interior.

Abandonarnos a que nuestros hijos no son nuestros que son de la vida es tarea indispensable para ser padres de hijos adultos y no morir en el intento.