viernes, 24 de mayo de 2013

la dictadura heterosexual


Partiendo de un concepto de la sexualidad, que incluye mucho más que el “mete-saca” en los diferentes perfiles y urbanidades (cortesanía, comedimiento, atención y buen modo). Con esto en mente, conjugar un concepto que defina la sexualidad como un valor, como una oportunidad, como una capacidad. Con enfoque de género, con perspectiva de equidad y con enfoque de diversidad.

Buscar un cambio de modelo que nos lleve a desarrollar una sexualidad activa, afrontada desde el conocimiento y la reflexión del proceso de sexuación humana. Que precisa de personas con conocimientos de los diferentes aspectos del hecho sexual humano, desde un punto de vista crítico y superador. Una búsqueda, conscientes de la importancia de la sexualidad para la salud en las personas. Una evolución que  requiere de personas que tengan trabajadas las actitudes ante la equidad entre hombres y mujeres, entre todas las formas de la sexualidad, y entre todas las personas sea cual sea su condición o sus capacidades y con un lenguaje que enfatice los potenciales en dinámica corporal.

También, una transformación para que desenvaine el deseo sexual fuera de la que entiendo es la reinante dictadura heterosexual.

El deseo sexual, entiendo yo, que es performativo. Quiero decir que es un proceso que durante el transcurso de la vida y en cada momento presente va permutando y, digámoslo así, ajustándose a las preferencias de la persona (gusto, deseo, necesidades, valores,…). Una evolución que no tiene por qué darse en todas las personas y/o en todo momento de la vida.

De cómo se conciba la persona y como se relacione, en esa etapa de su vida, con ella misma y con sus coetáneos/as, dependerá su modo de concebir el universo del deseo sexual, su actitud, su proceder, su táctica, sus conductas, su talante, etc.

Claro está, que determinará que las personas nos licenciemos para este vivir cambiante, el Modelo de Moral Sexual Cultural que impere en nuestra sociedad y que demos por aceptado, esto es, el Grado de Agresividad, las Conductas Sexuales, la Estructura Social y la Forma de Vinculación Sexual. Así como, la Vergüenza, los Miedos y la Culpa que sometan a la persona, fruto de siglos de una cultura judeo-cristiana dominante en nuestra sociedad.

A lo que yo me pregunto ¿qué tanto de Tolerantes seriamos, somos, para con aquellas personas que optan por vivir “modulablemente” su vida sexual? Y, me atrevo ir más allá en mi cuestionamiento: ¿cuánto de condescendientes, compresivos y complacientes seriamos, somos para con nosotros/as mismos/as?

No he insertado ninguna imagen, deliberadamente, porque entiendo que en cada cual tiene su propia imagen sobre la sexualidad. Aquí les he expresado unos pixeles de los que componen mi imagen.

sábado, 18 de mayo de 2013

no quiero acabar en una residencia


Otro de mis caminos e interés es la atención a mayores en residencias. Llevo ya algunos años de experiencias en este ámbito y en contacto con esta realidad. Participando en jornadas de formación, conferencias, cursos, voluntariados y colaboraciones. Y, después de todo esto, estoy en facultad y con la gallardía de decir que “no quiero acabar en una residencia”.

El modelo de residencia que disfrutan nuestros mayores en España dista mucho de ser un hogar digno para lo que yo espero que sea, sí la vida me lleva a ello y no tengo quienes puedan cuidar de mí, mi casa en la última etapa.

¿Cómo y porqué llego a esta afirmación? Pues por una serie de preguntas que yo me he hecho y que os relato ahora:

¿Qué tiene de hogar un lugar en el que te levantan a la hora de ellas (a partir de aquí me referiré a los profesionales que atienden las residencias en femenino, ya que son ellas, la mayoría, las que nos cuidan) o te acuestan en verano con las persianas bajadas porque aún el sol brilla? Además ¡por favor! es la hora más apetecible del estío.

O ¿por qué tengo que comer siempre lo que ellas proponen y aderezados los platos con un criterio general basado en un perfil y unas tablas puramente científicas y médicas sin atender a los sabores ni los olores que tanto nos acompañan en la mesa para que lo que ingerimos nos nutra y tengamos una digestión placentera?

O ¿Qué tiene de morada familiar un espacio al que mis hijas y nietos no pueden venir más que los fines de semana porque sus horarios profesionales o escolares y de tiempo libre no coinciden con los horarios de visitas establecidos por las normas del centro?

Y ¿Cómo puedo sentirme en mi casa si cuando tengo visitas no tengo intimidad ni puedo ofrecerles una bebida y un aperitivo, un gesto de hospitalidad tan de nosotras?

¿Espacio hogareño he intimo? un sitio donde no puedo colgar un cuadro o la foto de mis nietos porque se prohíbe clavar un alcayata en la pared o, no digamos ya, traerme la mecedora que siempre ha sido mi respaldo para la siesta o la lectura. -Buenooooo- yo me pregunto con quién y con cuántos y cuántos obstáculos tendría que lidiar para poder tener conmigo a mi canario que tanto cariño le tengo y que con su canto fiel me deleita el oído.

¡¡Alto, alto!! no corráis, no vayáis a sacar a vuestros padres o abuelos de la residencia. No, no es tan así. Quiero recalcar que el nivel, actitudes y capacidades de nuestras profesionales es muy alta, muy por delante de muchos países de nuestro entorno. Y, que las residencias, espacios como tal, están dotados de comodidades y habitabilidad muy por encima de los mínimos requeridos por la normativa que las compete. Los avances, en este sentido, en las últimas décadas, en España, han sido brutales. Hemos pasado de asilos y sus conceptos, a residencias dotadas y definidas y cuya finalidad, es el bienestar y la tranquilidad,  creando un hogar para nuestros mayores. Al menos, algunas, eso nos dicen en los folletos.

No obstante, esto no quiere decir que estemos en la meta ni que podamos estar orgullosos de donde estamos y hemos alcanzado. No podemos pararnos aquí. En la Europa nórdica, las residencias están prohibidas por ley, no se pueden construir y las que tenían se han desmantelado. En Dinamarca esta ley es de 1987. ¿Qué lejos estamos, verdad?

¿Cómo voy a querer yo, conociéndome, vivir mis día a día bajo una sola autoridad? Una autoridad que alcanza desde mis horarios para las micciones hasta con quién compartir habitación. Una autoridad que es la dirección del centro  y su normativa interna. Claro que nuestros días a días están regidos por normas, pero por distintas autoridades, véase: sí somos menores nuestra autoridad es papá y mamá. En la escuela son la maestra o el director. En el autobús es el chófer.  En la discoteca el portero. En otros el sentido común... Y, así en todos los espacios y situaciones.

Por eso digo que yo no quiero vivir en una residencia. Porque yo quiero poder elegir a mi compañera o compañero de sueños del que me separa la distancia de una mesilla. Yo quiero poder elegir quién puede verme desnudo y lavarme y quién no. Yo quiero tener intimidad para poder disfrutar de mi capacidad de sexualidad para poder abrazar a mi chica o mi chico con la puerta cerrada y en una cama de 1,35, sin miedo a caernos ni ser interrumpidos.

Miren ustedes, dentro de una residencia hay tres fuerzas de poder que confluyen y con intereses que se contraponen: una es la dirección (la norma) otra son las trabajadoras (el convenio laboral) y la tercera son las personas usuarias. ¿Quiénes dirían ustedes que es la fuerza más débil en caso de conflicto y en favor de quienes se resuelven?

Nuestros mayores y nosotras en el futuro, ellos son y nosotras seremos personas con sueños y proyectos de vida, porque estos solo acaban con la muerte. Dicen que entrar en una de estas residencias es la "muerte del Yo". Por ello, yo quisiera que llegado el momento, si tuviera que ingresar en una residencia porque estas persisten aún, que en el periodo de adaptación se valore si la residencia cumple con los requisitos de mi proyecto de vida y no si yo doy el perfil de la residencia.

En los países avanzados, en la legislación y la práctica sobre esta materia, las alternativas al modelo de residencias vienen de la mano de pisos y/o apartamentos asistidos, individuales o compartidos. O comunidades de convivencia de 8 o 10 miembros, asistidos por técnicos y personas cuidadoras según la demanda. Este si que es un modelo aceptado por mí. El que pasa del concepto de necesidad al de los derechos, dignidad y preferencias de las personas.

Para vuestra tranquilidad, algunas ya lo sabéis, en España ya existen estos modelos y residencias adaptándose en esta línea, incluso legislación autonómica como en la Comunidad Foral del País Vasco o la Comunidad de Castilla y Leon, y con normas como Libera-Ger de la Fundación Cuidados Dignos. Además, nuestra Constitución y legislación así lo reconocen y aparan.

Pues eso, estoy a tiempo de incidir y participar para el cambio y, por si me llega la hora, no ser "INTERNADO".

Algunos enlaces para consultar dónde se esta trabajando, hacia dónde vamos en este sentido y catalogo de buenas practicas: