jueves, 26 de junio de 2014

la culpa

esqueleto del  fenicio Mattan,
yacimiento GADIR (cine comico), Cádiz
Estoy comprendiendo. Estoy dándome cuenta. Y confío en que la conciencia, cada vez más, me ira abriendo la mente a partir del conocimiento de mí. La llave de este conocimiento esta velada entre un manojo de pensamientos ciegos, agitado por un movimiento de vaivén inestable e inconstante.

Por ello, encontrar la llave depende de la estabilidad de nuestro pensamiento que llegará con la quietud del mecimiento. Del mismo modo, también el flujo de energías emocionales necesita de las compuertas que permitan verter cada emoción en su momento, ni antes ni después, sin reprimir ni contener y mucho menos retenerlas en el cántaro. Imprescindible que las tristezas, los miedos, las alegrías o la rabia nos atraviesen cual espada templaria. Que esboce entrada y salida para que nuestro corazón se vaciara. Del intervalo, sin tiempo ni espacio, con que estas energías fluyan a través nuestra dependerá la robustez y lozanía de nuestra salud.

Si observamos nuestro sentir por capas, podemos percibir que la Rabia se rótula a flor de piel. Con la claridad de la mañana podemos reconocer esta emoción sobre las demás. Junto a la alegría son túnicas difíciles de esconder por más que se cierna la penumbra de la noche. Siempre un enfado, un enojo, un odio o una satisfacción se nos reflejará en la cara, espejo del alma.

Bajo la rabia subyace, tras una cortina de humos, el Dolor. Fruto de la injusticia, la pérdida, la decepción de haber recibido una puñalada trapera, de ser un muñeco de trapo en manos de la bestia. Son estos sentimientos los que dan alas a la Rabia para aflorar. Se da con cotidianidad que ambas: rabia y dolor, se enmascaran mutuamente “ora tú, ora yo” en un baile en el que ambas se alternan para llevar a la otra.

No estoy marcando un itinerario sellado. Sin embargo, si somos capaces de sortear las dos capaz anteriores, accediendo bajo la herida, nos vamos a topar de bruces con la incapacidad, la desconfianza, el temor. El Miedo, emoción que emana con silencio altanero de la inseguridad, proyectándose en la segunda capa, el dolor, que justifica a su vez la primera, la defensa expresada con rabia.

“El miedo surge de un pensamiento de futuro, se apoya en el dolor del pasado y se siente en el presente”1.

Si continuamos accediendo a capas inferiores y profundizamos en la oquedad colorrada de la mina, hallamos el más recóndito de los sentimientos: la atómica Culpa, de soledad evanescente, es autoodio en busca de condena e inmolación. Una vez degustados los placeres de este sentimiento fructifican,  se acumulan, se conservan y perduran. Un sentimiento difícil de desvanecer. Es la culpa una palabra que solo nombrar te araña la lengua. Su grito callado nos aterra. Su sonoridad se multiplica por los vientres de las cavernas interiores emergiendo hacia capaz superiores desencadenando erupciones de miedo, del miedo al dolor y del dolor a la ira. Un recorrido de lava incandescente, de clamores que van y vienen o dan largos paseos.

Descansemos pues la espada en su vaina para desde la paz y con luz cenicienta, en este circuito de las emociones básicas, reconozcamos, al posar tranquilamente la mirada sobre las fuerzas brutas que liberan estas energías interiores, que la culpa es una percepción errónea de nosotras y es fuente de sufrimiento, que si tenemos la mala suerte de morirnos antes de tiempo, nuestra vida habrá transcurrido por un recalcitrante territorio comanche.

1.-Vivir el Perdón, Jorge Lomar

sábado, 7 de junio de 2014

el poder de las palabras

ecografía de la palabra
Dice aquel que “no nos afecta lo que nos sucede sino lo que decimos sobre lo que nos sucede” Epicteto, filósofo griego, esclavo en Roma.

Es cierto, como también es cierto que el vocabulario que utilizamos es determinante para que nos habite una energía en uno u otro sentido de la balanza emocional. El léxico que usamos para definir o expresar como nos sentimos o bien condiciona  o bien es delator de nuestro estado de ánimo y de nuestra salud.

Habría que decir también que las palabras que ponemos a nuestro día a día, son las que marcan el ritmo. Si no prestamos atención, si no ponemos conciencia a nuestro lenguaje hablado o manuscrito las palabras nos traicionaran. Una palabra mal dicha o fuera de lugar es una piedra arrojada, ya no tiene vuelta atrás. Más aun, cómo las pronunciamos: la cadencia, el tono, la sensibilidad, la calidad de las palabras marcan la frontera entre la salud y la afección, el orden y el caos. No es lo mismo “estoy sufriendo dolores, mi vida es un infierno” que “estoy viviendo el dolor y equilibrando mi vida con él para seguir adelante”. El cómo nos expresamos en el día a día redundará en la calidad de nuestra vida.

Admitamos que  la comunicación verbal supone el 7% del mensaje que emitimos, sin embargo el potencial energético que poseen las palabras las hace instrumentos que dependiendo del manejo de estas nos recompensaran o penaran.

Es fácil comprender qué a través de las palabras educamos, establecemos pensamiento, configuramos el carácter, aportamos seguridad y reforzamos la autoestima. Por ello, cuando utilizamos las palabras estamos creando una realidad, nuestra realidad.

Es de aquí que un adecuado uso del lenguaje en el dialogo con la otra y con nosotras mismas, o al describir las relaciones existentes entre yo y el entorno exige mesura y celo con las leyes que rigen la lengua. Ya que de las palabras emana una cascada de energía más allá de su significado y composición. Cada persona transmite fuera, a los demás, lo que lleva dentro y es reconocido, y por eso nuestras palabras pueden llevar a la sensación de sumergirse en agua helada o de tender manos y construir puentes que nos permiten cruzar hacía la otra y para que la otra penetre en nosotras.

No me cabe duda que la palabra consuela, alienta, inspira, erotiza, alivia, seduce, libera,… pero también enoja, aflige, amenaza, acorrala, aísla… Y desde esta certeza es que debemos pasar las palabras por el filtro del amor. Amor que es paciente y bondadoso, no es orgulloso ni envidia, no se irrita, todo lo cree y todo lo espera y así las palabras serán justas y verdaderas.

Acudamos a la usanza de la palabra escrita, más pausada y reflexionada que la dicha, que nos ayuda e instruye en el uso del verbo para una perfeccionada expresión en nuestro habla.

Como breve conclusión sea lo que fuere que pronunciemos si su fuente brota de la conciencia reposada y puesta la mirada en el amor, con sano criterio, puedo decir que, además de ser escuchadas o leídas y entendidas, estas palabras nos elevarán.