miércoles, 29 de enero de 2014

enero, mes para renacer, o no

Puente Hierro, La Caleta
En enero nací yo. Mes de puesta en marcha. Mes de juramentos, inicio de proyectos y de propósitos: “este año me apunto al gimnasio… este año comienzo las clases de inglés… este año dejo de… y me pongo a…"
Estoy seguro que en vuestro imaginario encontrareis alguna fotografía de esto que os refiero, verdad? Fruto, apunto yo, del reproche que nos hacemos del año acabado o regalo para el año venidero.

Yo que como digo soy de enero, siempre, en los anteriores, comenzaba el año con mucha fuerza y llevaba a cabo las intenciones, o casi todas. ¡Este último, no!

Este enero y para este año no quiero hacer nada, no quiero construir, no quiero reconstruirme. Este año no quiero nacer más, ya no nazco una vez más. Se acabó el renacer cada año al llegar enero. No, no estoy cansado, lo que pasa es que ya he nacido mucho y para siempre. ¡Por fin! Juan Carlos es y esta pleno. O sí, ¡cansado de no parar de nacer!

Y menos mal que escuche la voz de la vida, esta vez, antes de que me gritara. Y no por casualidad que se abrieron mis oídos al susurro sexual y sagrado con que la vida me habla. Antes lagrimas, esfuerzo, dolor y voluntad de cambio cerraron los canales por los que los ruidos de fuera velaban la sinfonía que alumbra mi transitar. Ruidos del mundo de fuera, donde las prisas y lo superficial.

Y menos mal que se despejaron estas cantilenas dando cabida y amplificando el murmullo continuo del río de la vida, de la vida en primera persona, la que me habla a mí en un monologo mío que solo yo conozco con un lenguaje vinculado a mis intereses. Un lenguaje sin ecos del pasado, sin un léxico y mensajes aprendidos y recurrentes en una espiral sin fin.

Y menos mal que he podido cortar el cordón umbilical que me ataba como en el cuento de la marmota que cada año en su fecha volvía a empezar una y otra vez hasta encarrilar la senda adecuada que integrará la enseñanza.

También, en todo esto, el amor de pareja, me proporciona un camino allanado para haber llegado hasta aquí. Y desde aquí quiero romper una lanza por ella y por él que acompañan al otro en su camino, sin interferir, de la mano, paralelos/as.

Y menos mal que me deje acompañar -y no todo el mérito es mío- en esta encrucijada donde tanto llueve. Menos mal que estas en mí. Menos mal que está tu puerto para descansar. Menos mal que me encontraste. Porque junto a ti, también, me siento vivo.


lunes, 13 de enero de 2014

no te dejes vencer

Y no lo digo yo que ya lo dijeron otros que lo conocieron y lo experimentaron.

“Triunfar sobre la muerte es no dejarse detener por ella”.

Y/o lo que para mí es lo mismo, “triunfar en la vida es conocerla y para ello debemos caminarla, paso a paso, intimando con ella”. 

No sabemos que seremos, no sabemos dónde llegaremos, ya que la vida es un continuo caminar por ella y en una ruta que será de ella, que ella misma nos traza. No somos dueños de nuestro destino como tantas veces y tantas escuelas nos han enseñado. Si bien es cierto, que hay un sentido en la vida, pero este sentido hay que vivenciarlo. Esto nos lo dice el discernimiento  humano-lógico ¡La vida pasa por ser vivida!

Necesitamos contar un cuento, engañando para confundirnos nosotros mismos. Que si “la muerte es una puerta”, que “en la vida cultivamos para la eternidad”, etc… Creo yo que la búsqueda de lo transcendental –innata e intrínseca en los seres humanos- sí se culmina, sí se alcanza la iluminación, el nirvana, ese estado se ha de traer a la vida. Si no, ¿qué sentido tiene?  ¿para qué seguir viviendo entre sombras, por qué no quedarnos en la consciencia total y olvidarnos de la vida en este plano, donde unos, los menos, los elegidos, conviven con la mayoría ciega, perdida? O es cierto aquello que dice que la humanidad sobrevive y ha llegado a nuestros días gracias a que unos cuantos, elegidos seres conscientes, conducen, de alguna manera, la conciencia colectiva para que no sucumba víctima de su propia inconsciencia???

Si la vida culmina en la muerte y la intensidad de la muerte dependerá de la intensidad de cómo se haya vivido. ¿no nos convendría vivir la vida con el mayor sosiego y con suma templanza para que nuestra muerte sea puro reflejo de ello?

Vivimos tiempos revolucionarios y crispados, llenos de opacidad. Tiempos que no se guían de la experiencia del pasado y que no se equilibran con la línea del horizonte (el futuro a corto plazo es incierto). Y es por eso que, pienso yo, es este el momento propicio de cerrar los ojos que ven la realidad –una realidad marcada por poderes e intereses lóbregos- y dejarse llevar por el instinto que ve lo real –aquello que es, sin distorsiones socio-económica-políticas.

Lo real no se define con nuestro lenguaje. Lo real lo vislumbramos en los versos del poeta, en la parábola del maestro, en las piedras del camino. La vida real o lo real de la vida no se ve ni se nombra, se percibe o se intuye. Por eso, bien podríamos cerrar los ojos y dejarnos arrastrar por el río para poder sentir la vida y lo que la vida nos da y nos pide. Y además, también es cierto, por que “mientras menos hago más se da a través de mí”. Cerremos los ojos y dejemos que la vida se exprese a través de nosotros para sumar al bien común.

No se trata de vivir ciegamente sino de ver y entender la vida desde dentro, desde el camino interior. Sin prisas pero sin pausas. Disponiendo los latidos de nuestro corazón con el pulso del universo, de lo que acontece.

La vida -como ya apuntaba porque otros me señalaron- es un continuo incluso en los momentos de parar. No podemos dejar de escucharla y sentir su vibración porque nos extraviamos. Es necesario no perder el ritmo, no dejar pasar ninguna nota del pentagrama -que es la vida- sin ser punteada para entender la sinfonía completa, el sentido de la vida.

Y, así, sin detenernos, triunfemos pese a ser el hombre, la mujer el animal más podrido de la creación, salvo en los momentos más sublimes. Estos son, en el amor y el arte.



referencias: El viaje interior, Claudio Naranjo