miércoles, 29 de abril de 2015

quimera de amor

Me presente al certamen de microrrelatos IASA Ascensores y aunque no he sido seleccionado sí que estoy satisfecho de mi participación. El requisito indispensable era integrar en el microrrelato la expresión "elevamos sueños".

El texto se titula "Quimera de Amor" y reza así:


Calcar el devenir de mi amor sobre cuero macerado por el ayer no es el inicio de un ensueño cándido sino arrojarme a un paraíso de serpientes. No es una condenación lo que busco sino quemar con tinta el calor que me consume hasta la esencia del alma. Es la necesidad de retirar el capuchón al halcón y volar hacia la presa de saberme esposa, amiga y amante de todo lo vivo y de todo lo muerto que permanece tras generaciones en una búsqueda a trascender la perecedera rosa para encontrarme con el monarca de la frescura, el amor despojado de todo, al que el ruiseñor enamora su canto y al que todos elevamos sueños.


Arreguindadas

Un texto creado como experimentación en la creación literaria. Es un texto de dos autores: Pilar Racoy y yo mismo. Realizado por separado. Pilar redacto la segunda parte y yo la primera. Solo conocíamos en común la primera frase, la temática y los personajes. Las coincidencias son fruto de un par de wasaps que nos enviamos antes de embarcarnos en la tarea. Los cuatro primeros párrafos son los míos. 

Arreguindadas, al pretil de la azotea

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de locura. Más no me veo a mí misma como un ser endiosado que sueña con un mundo inmodesto sino un suceso local que sueña con el cosmos de la sinfrontera y el fin de los limites impertinentes que me doblegan a la alienación neurótica. Una imagen de mí, cual salteador de caminos, que ha quemado la cosecha de mi vida.

Vanidosa presunción  de gentes de mente obnubilada incapaces de ver la verdad de lo que es y que pretenden ser poseedores de la pócima que me devuelva al equilibrio lejos de las cavernas oscuras y bodegas secretas de la psique que cabalga en un péndulo de polaridades.

Presa yo, de estas de oficio carceleras, en este hábitat de cuatro paredes acolchadas, rodeada de girasoles esclavos de su sol, incluso en días con cielos opacos. Donde  preconcibo que si en un ultimado arrebato de trascendencia me dejo “demensticar” para acabar con esta proyección anclada en estrellas ligadas a tierra, todo habrá acabado para mí. Entonces, regresará aquel al que no llaman loco, al que no quieren encerrar y habré renacido para este tiempo de goces inmediatos que me alejan de mi origen.

Ah, sí me reencontrara, cuando se revelen los recuerdos, con mi bien amada, sencilla y humilde hermana Adele, con su pisto rompiente de guiones, con su huevo cuajado, píldora subrealista para la transición desde la filosófica locura hasta la cordura que no se consume en la falaz ebriedad.

Ahora la química navegará por mi mente equilibrando lo que ellos consideran la realidad. No necesito sus inútiles conocimientos, no saben con la clara velocidad que me llega la agresión de todos y cuantos perturban mi atormentada existencia.

A la salida del centro le conmueve la inquietud de su hermana en un intento por mostrar tranquilidad, la que lo abraza sin palabras en una mirada. No hay preguntas, presión ni demostraciones innecesarias. Se aferra a su brazo, como suele, y en una propuesta cómplice le sugiere caminar juntos a casa. Lo que acepta, no sin inquietarse, el mundo desborda sus adentros.

Al llegar, Adele le da el espacio sabedora de necesitarlo, mostrándose con la  naturalidad que le proporciona el amor que le procesa, sin invadirlo. Manuel, recoloca los cojines que descansan en el confortable sillón expuesto al sol, mientras, sus tormentos tratan de hacerse paso de nuevo, vence la calidez adormeciéndolo, paralizando el cimbreante compas de sus ansiosas piernas sentadas.

Despierta, le incomoda no estar asolas, atrapa el entorno donde se encuentra… siente hogar. _“te he preparado un jugoso pisto con huevo cuajado, sé que te gusta”. Su mente le vuelve a hablar y en su cara se dibuja una amplia y tierna sonrisa, desde donde se abre con timidez, esa puerta que por día va pesando más y más entre tanto sufrimiento.


Toma la primera cucharada caliente entre el afecto de la compañía, lo que estimula el regusto de sus sentidos, donde se hace presente la tan olvidada paz de su existencia, al menos… un instante.

domingo, 5 de abril de 2015

Primavera por escrito


Me hace ilusión y me congoja, dos sensaciones muy marinadas en mis grafías de devenir por la vida, el presentarme al certamen literario de esta primavera. Desde muy pequeño mi amor por las palabras y como conjugarlas a capitaneado mi fantasía. No tengo referentes en la familia ni era yo infante entregado a la lectura y la escritura, era más bien una relación metafórica de una querencia prescrita -creo yo que por el Hacedor- maestra constructora y que me erizaba la piel al asir entre mis manos lápiz y papel. No obstante, con inmortal miedo a plasmar mis pensamientos por escrito y hacerlos tangibles, en ninguna estación pude darles vida fuera de mi mente, han ido quedándose a buenas noches mis bosquejos aspirantes a ser velas para los sueños, los propios y los de otras. Años de embriaguez y etapas de sobriedad, archivos con canas para desatar el nudo que maniataba mi pluma han sido necesarios y hoy me presto a meterme en la piel de escritores muertos no para usurpar sus obras ni imitar sus talentos con aportaciones mías altisonantes sino alentado por la necesidad de cincelar aquí lo que otras esperan del más allá. Unas líneas no para interpretar o vivir mi experiencia de ser autor de.., sino para transmitir la comprensión de mi mundo interior. Un constructo de mi servidumbre de ser apertura para que el Amor invernado que he vislumbrado, en el arte de lo posible, trascienda y permanezca vivo a pesar de los dientes del tiempo. Me urge escribir sobre lo oculto, lo ahumado por nocturnos adiestramientos registrados desde la noche de los tiempos, sobre el amor grabado con el buril de lo indeleble en las entrañas de mi ser y sujetar a estas hojas, cual alegoría de la caverna platónica,  una carta de amor eterno. Así, apoyado en la plumilla, ariete de mi despertar, expresar que la guadaña no nos cosecha sino que nos labra para una nueva siembra. Que no es como son las experiencias de amor sino que las experiencias de amor son. Que estas experiencias son una necesidad y la misma para todas las personas y que la sanación de la mente, el perdón, es también a cada paso trazar caminos al amor. 

a  mi cenicienta por su valor y su generocidad

jueves, 2 de abril de 2015

microrelatos 3

Mucho ruido pocas nueces
Cuando mi padre cobró su primera jubilación nos llevó a todos a nuestro primer homenaje. La mesura del festín vino de la cuantía de la mesada. Hubo para todos, pero en desproporcionada pesada, la sensatez y pulso con que mi padre calculo su reserva no acompañaba el compás del vaciado de la bolsa y los impúberes fuimos desatendidos en calidad y cantidad del favor. Yo, que fui el último, apenas si recibí el usufructo de esa primera nómina ni tan siquiera pude oler el fragor de las telas y suelas con que se vistieron mis consanguíneos y hube de plegarme con un -la próxima paga será toda para ti.

Cenizas
Se asomó a la ventana para fumar el cigarrillo de la tarde y la ceniza se desplomó titubeada por el aire que capitaneaba las ropas tendidas en las terrazas a las que prestaba indeterminadas vidas. Fijó su mirada en el capricho que dibujaban los hilos de su propia savia al coser en soledad la mendigada postrimería. Aquellos, último chicote y mirador, eran sus únicos camaradas presentes mientras su sangre se publicaba por el alféizar apresando trizas de la ceniza que se precipitaba dándole color, oráculo postrero, de lo que fue su vida.

Ahí es nada 
A nadie se le ocurrirá que solo quiso volar, como antes. Que solo quería descontaminarse, desempolvarse, higienizarse y acicalarse. Y para ello, era imprescindible una abstinencia y desintoxicación del aire viciado que le aportaban aquellas ventanas al servicio de intereses lúgubres. Tras años de estar sometida al embobo, atisbó,  difícil y dolorosa, la tarea de romper ataduras con las redes neuronales infectadas y construir entramados inocuos fuera de los barrizales y pozas fecundadas e incrustadas en su inconsciente. Para ello, preciso bajarse de esa ola que la obliga sobre su cresta y que irremediablemente acabaría rompiendo contra la playa dejándola varada o aún peor arrastrándola en su resaca para volver a surfearla una y otra vez sin descanso y que no pudiera recuperar el aliento y tomar píe a tierra. Como primeras medidas se apartó del Twitter y el Facebook, la televisión, la prensa escrita y las compañías no nutritivas, repetidores voceros y altavoces de la lobreguez.

Instrumentos, melodía y armonía
Seguía atrapado allí dentro desde las horas en que los gatos se visten de corbata y las gatas con medias de seda a rayas, sin embargo, pese a su mala salud de hierro su voz continuaba articulando palabras al son de la música para las almas azules. Aquel local de atmosfera humeante de bajos y trompetas, paramo del jazz, se adueñó de su alma.






en torno a un poste vertical

Me acuerdo de mi abuela, una mujer menuda, lo sé ahora, entonces una abuela titánica. Cariñosa y generosa, de pelo plateado y sonrisa tenoria.

Recuerdo que cada sábado me llevaba al mercado y no falto uno donde me agraciara con aquello que yo eligiera, a veces, las más, un Madelman o el equipamiento de otro que ya tuviera, otras veces unos paquetitos de soldaditos miniaturas que tanto me gustaban y que llenaban mis horas entre campos de batallas sureños o enfrentamientos belicosos entre alemanes y españoles sobre  tierras rocosas  y valles formados por los ropajes de la inmensa cama de mis padres -No sé de dónde sacaba yo tanta imaginación para no repetir lides ni parajes-.

escalera caracol en la Torre Ieronimus,
Catedral de Salamanca
Mi abuela, que se llamaba María, era quien nos tutelaba y atendía la casa. Mi padre nunca estaba y mi madre cosía para la calle a señoras de alcurnia. De alguna vez, que me llevaba con ella, tengo en la retentiva una escalera de caracol en uno de los salones de la casa de los Medialdea -un palacete en la calle Benjumeda-  que nunca pude culebrear hasta el final a pesar de que nadie me lo impedía. No sé si el respeto o el miedo a encontrarme con aquel olor rancio y trasnochado que bajaba por la torcida escalera y aún hoy me sigue incendiando ciertos temores -Hoy por hoy no estoy seguro si quería o no ir a aquella casa pero no era yo quien lo decidía-. 

Se les podía llamar como quisieran, moradas de alta alcurnia para familias de buena crianza, pero para la incansable imaginación de un angelote como yo aquella mansión era hechicera y peligrosa y me refugiaba en silencio tras una mecedora ubicada con la distancia suficiente de la “caracol”  como para no ser atormentado por el fantasma del palacete pero sí estar ojo avizor.

Nunca le hable a mi abuela María de aquello, con ella no había miedos, con ella me sentía un príncipe.