jueves, 15 de diciembre de 2016

Ceniza

Ya tengo en mis manos la antología de microrrelato libre "Pluma, Tinta y Papel V".

Entre sus páginas va impreso un micro de mi autoría con el titulo "Ceniza"

Juan se asomó a la ventana para fumar el último cigarro y la ceniza se desplomó, titubeada por el aire que capitaneaba las ropas tendidas en las terrazas, a las que prestaba indeterminadas vidas. Aquellos último chicote y mirador eran sus únicos camaradas presentes mientras su sangre se publicaba por el alféizar y apresaba trizas de la ceniza que se precipitaba, dándole color, oráculo postrero, de lo que fue su vida.

La literatura debe ocupar un lugar privilegiado en nuestra vida. Escribir y leer, tanto monta. Se le atribuye a Woody Allen: "Nunca te acuestes con nadie que no tenga un libro en su mesita de noche"

martes, 6 de diciembre de 2016

lugares, que estaban y quizás ya no esten


Cada vez que paso por delante del número veinte de la calle La Rosa me brota la presencia de mis abuelos paternos y cientos de recuerdos de mis primeros años florecen atropelladamente como perlas blancas a través de mi melocotón. Evocaciones de mi abuelo Paco, del que heredamos las habilidades para el trabajo. Y de mi abuela María, que grises sus pelos y aunque no brillaban se adivinaba su bondad. Ella me llevaba los sábados a la plaza y siempre, siempre, siempre me compraba un regalo.

En el número veinte morábamos en familiar vecindad, recuerdo tener al menos cuatro o cinco abuelas más: la vecina Pepa, del segundo como nosotras, puerta con puerta, después de mi natural abuela, era mi favorita.

El número veinte de la calle La Rosa tenía y tiene una azotea con ancianos y canosos pretiles, pies para multitud de macetas: paleta de colores y abanico de olores, que la dividen en territorios comanches donde jugaba con mis hermanos en dilatadas y renovadas aventuras, en unas yo era de las bienhechoras, en otras me tocaba hacer de bellaca. Una azotea presidida por su lavadero, materia prima para la invención de nuestra fantasía. Es como si lo estuviese viendo ahora mismo: un techo de afligidas vigas de madera de las que se ahorcaban infinidad de trastos y en el centro pendía, reina de la situación, una gorda, triste y sola bombilla que lentamente prestaba su color amarillo tardío al girar la llave detrás de la puerta. Sobre uno de sus lienzos, cinco lebrillos como ruedas de carros, donde además de lavar la ropa rodándola por la maltratada tabla de pino con su jabón de sosa, tanto en verano como en invierno, nos frotaban a nosotras. Y formando junto a ellos una ele, bajo la única y desnuda ventana de la estancia por la que invadía el sol de la tarde, alineadas, cuatro enormes tinajas de fresca y transparente agua. Bajo sus tapas, de atormentada madera, se revelaban flotando una maraña de gusarapos, bastaba con apartarlos con el mismo jarrillo que llenabas para calmar la sed. Un recuerdo que me acalambra, de este pintoresquisimo espacio, es olor de morrocotudos gatos que se colaban, aún, no sé por dónde y, sentir el húmedo aroma de lo animal, me eriza el bello.

Del número veinte de la calle La Rosa solo conservo, a modo de reliquia, la llave que custodiaba la puerta de dos hojas de madera repintada de verde que amen de guardar el interior, aunque no impidiese entrar a los gatos, nos servía de escalinata para subirnos a la techumbre, atalaya mirador desde donde podíamos divisar un mar de cordeles con olas de ropas que, en días de Levante, pareciera que quisieran acariciar el esponjoso vientre de las nubes sobre el seductor tetris de vecinas azoteas que nos envolvían y asediaban.

En el número veinte de la calle La Rosa, va a hacer hoy 52 años, diez meses y 22 días, nací yo.


Escuelita de las Palabras, 2016/17 Cádiz
agradecimiento a mis compañeras y a Bea y Miguel por llevarnos de la mano!!!