miércoles, 27 de septiembre de 2017

quinientas tres palabras



P
alabras, Palabras, Palabras… Las palabras son cuentas de un rosario inagotable. Relicario de enunciaciones, revelaciones y lanzas de Longinus. Las palabras están enamoradas de la vida y de la muerte. Reseñas matizadas de detalles. Algunas, antiquísimas palabras, atrapadas en sucio. Heredadas unas, cultivadas otras. Regadas de momentos vividos. Biografía incompleta e inacabada de un lenguaje universal en constante reformulación. Sin ellas no se le podría dar forma a la forma. Las personas lo son porque las palabras las nombra. Las cosas son porque las palabras las nombra. Lo que no tiene palabras, no es.


Palabras que son y quieren ser una performance de nuestra percepción de la realidad y que rara vez son expresión de lo real. Las palabras son una definición falsa y fragmentaria de lo auténtico. En muchas ocasiones autónomas, sin conexión con la otra cara, la imagen que atraviesa el espejo, las pronunciadas, escritas u oídas por personas de nuestro tiempo, de otros tiempos, de todos los tiempos.
Las palabras nos cuentan relaciones caliginosas y diáfanas. Palabras pronunciadas en la barra de los pesares que rescatan los besos de amores lánguidos. Palabras con alas para una relación sin red. Palabras que saben a montañas de sal, a caricias y puñaladas traperas. Lo que las palabras dicen, el corazón acaba mostrándolo. Las palabras cuando llevan tilde y cuando no, nos hacen gozar y arriesgarnos juntas, y de sufrir sin separarnos en ningún tiempo, en ningún modo…
Las palabras dictaminan, determinan, divulgan, desahucian. Las palabras se superan a si mismas. Palabras que ahondan en lo recóndito y más horrendo del ser humano como en lo más bello y admirable. Palabras aventureras aventadas por un espíritu recolector, jefe de cazadores, que alcanzan a sus presas y las embauca y las extermina.
 Palabras que se agrupan, tiernamente incestuosas, en frases que pretenden ser pronunciamientos, adagios y aforismos, que siempre van de la kamikaze mano de quien las pronuncia. Misterio que se esconde en los libros, entre las hojas cuarteadas por el otoño, en los valles y en las conversaciones de casapuerta.

Palabras subidas de tono y tonalidad, palabras susurradas. Palabras que matizan, colorean, gradúan y revelan el arte de humanizar. Las palabras exponen, descubren, dicen, explican, adivinan, aclaran o deslucen la estela de la locura, de pintoras del día a día que las cuecen en olla express. 

Palabras que imitan y experimentan lo necesario empero imposible de la ejemplaridad pública de millones de Aquiles en el Geniceo. Buscamos en las palabras cómo sobrevivir, cómo construir refugios para el alma que no encuentra salida de la eternidad.

Palabras de la maestra que se perfecciona a si misma, tan atrayentes que se abalean al corazón de la discípula. Palabras que arrancan la imaginación humana, entre leyenda y mito urbanita, de aquellas que llevan la luz interior expuesta como las raíces del enebro sobre las dunas.

Afortunadamente, detrás de cada palabra hay un nuevo parto de palabras que cobran vida.

Oscura es la noche sin ti,

cuando no te desenredas en mi garganta,

amada palabra mía.